10 octubre 2010

Llegó el trabajo... y con él la meditación

Hoy me reafirmo en mi antigua teoría de que cada día parecemos más adobes. Hoy soy trabajador, y lo soy con todas sus consecuencias: su pro (el dinerito fresco a final de mes) y sus contras (los abusos, abusos y más abusos)

De verdad parece que hemos vuelto al siglo pasado. Cuándo le dices a alguien que estás mal en tu puesto de trabajo, la única respuesta que encuentras en estos tiempos de crisis (que vale ya con la palabrita) es: "no te quejes, que por lo menos has encontrado un trabajo". De esta frase deduzco que el empleador tiene todo el derecho a hacer lo que quiera con sus empleados por el mero hecho de estar en crisis.

- Es que todos los días trabajo una hora y media más por la cara
- ¿Y encima te quejas? ¡¡¡A cuanta gente le gustaría poder estar en tu lugar!!!

¿Somos cada día más gilipollas? ¿Qué ha pasado con todos esos derechos por los que ha luchado generación tras generación durante siglos? ¿Los estamos olvidando por las buenas? Hoy existe un maravilloso invento, algo que se llama Estatuto de los Trabajadores, en el que se recogen los derechos y deberes del trabajador. Unas leyes conseguidas con sangre y sudor que se toman a la ligera y que ningún empresario duda a la hora de infringir. No pasa nada si tienes que trabajar durante 50 o 60 horas semana tras semana, sin descansos. No importa si tu trabajo se apodera de tu vida hasta el punto de convertirse en toda tu vida. No importa que tengas tus derechos, porque para todo aquel que esté por encima de ti, sólo tendrás obligaciones.

Solamente me gustaría que alguien viera esto como lo que es, como un asunto de respeto. Respeto por las leyes (que no entiendo por qué yo debo cumplirlas cuando los demás se las pasan por el forro) y sobretodo respeto por los demás. Del compañerismo y el respeto nacen todas las cosas bonitas de esta vida, y ¿no creéis que ya hay bastantes cosas jodidas como para ponérnoslo todo más difícil los unos a los otros?

Mediten, señores. Y hasta la próxima.

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